lunes, 14 de noviembre de 2011

21 EL ÁNGEL DEL DESTIERRO

VII
     Pero no el descanso




                                           Cuando exilios y migraciones












21



EL ÁNGEL DEL DESTIERRO


   


Introito a la ofrenda
Albricias, cuál fue nuestro pecado?
Juró tu lumbre / tu consuelo, tus ramas de acogida,
la trampa en silencio:
Estás incierta a su llamado?

Ya casi, ya casi los ciruelos / habían, sus rosados, llovido:
la cercanía más lenta hace la llegada /
del momento la dicha, algo, alguien, quen la noche
puedan recordar: como el crepitar / esos recuerdos,
esos aromas: ya ni lo pienses.

Aquellos que juraron defender, como lumbres la mesura
eso acogedor que hermana y tranquilos
nobles diestros, certidumbres de recuerdo que agosta,
han traicionado
y sonríen: Y el viento llena de volantines y miradas
los sueños: / y no ocurre ningunas frases sueltas que tengan
que ver con el asunto.
Ya prejuzgan, del tiempo, el horror
como honra en sus miserias:
Viven la gloria que le espanta.
Se quebraron los jarrones / mas la glicina,
la flor de la pluma que le dicen, sigue aromando los recuerdos.

Los muslos están contenidos: no aparecen los atractantes
brillos y cálidos
de tardes en la colina. Entonces,
por qué juras el trapo que llevas si plumas
de niña haránte olvidar el viejo rito,
intentar un nuevo desconcierto?

Viene, ¿quieres verla? Porque alguien siempre
viene o va en tiempos de dudas a resolver de la ceniza
su destiempo:
Aquí, a Sussex. Donde la sabiduría técnica aconcha
los recuerdos, donde un suave lomaje
verde cortado de árboles descansa la mirada.

Te vieron pura, estrella recién desde la nube,
y tu nudez comercian y acaparan y sellan
como
lánguidas meretrices violetas en la noche:
las sombras cambiaban de lugar a la luz de la Luna:
Guardias y mercaderes unidos al tesoro avergonzado
o boina que se oculta / toda una vida en espera /
y viajecitos a Regents Park en el inicio
y final: / del mercadeo, como enjundia del chanchito retozón
y baqueano: las sombras actuaban a la luz del día.

Yaaaaa, no interrumpas, quieres?
Así / como imprecisiones de la historia apégate
a la verdura como término de abalorios
un collar a destiempo, una promesa quebrada.
Ok.

Qué bellos desfilan / qué dudas por Ejército si posible fuera
la infancia de ingenuos y balcones,
¿verdad que bellos y hasta gallardos?
Y tú qué opinas: ¿valientes como en defensa
de centímetros cuadrados?
Más adelante curvan la invención de los círculos:
otra vez ese intento de acaparar el destino:
Se acabaron para siempre esa tardes marciales
ya no más familias reunidas
Se acabó ese orgullo /
ya no más recuerdos de infancia que alienten la cordura
Se acabó el engaño /
Venid a ver la destrucción de los recuerdos.

Continuarán refulgiendo?
como resonancia maligna?
Esos oprobios contaminan las palabras: hasta la sintaxis
queda infamada murmuran
los acentos del destino porque ya la desazón los conmueve,
y mantienen y perseveran y regocijan
para las calendas        esos espinos en actitud de herméticas conservas
o simpáticas               las marcas entramadas del destino
o cachas,                   ya no signan salvo puñales o abismos
sin brújula ni fiestas permanecen infamados los oprobios.
Ya ni parques por desojar: La Luna carece de atractivos:
Y Don Nica, qué dice su alada sabiduría.
Ahí está en orgullo de prudencia.
Guardianes del fuego, y los mirages
Miradas de tus martes marciales,
(La Luna cubre con escarcha y sube al caño
encendida en medio del proscenio: concentra las envidias)
cometen despojos y sonríen, / hoy
figurando la normalía desatada y trucha.

Ya los ciruelos se llenan de rosado y tú no puedes verlos.

Te hicieron tímida, cierva que abandona la espesura,
ya infancia dieron caza ya la clausuran como a sombra de sosiego.
A cada cual le falta su Loba, su razón para vivir aún si la duda:
esa que llega rauda y permanece a pesar de los celajes:
Lanzas prometieron y echan dados por tu encuentro.
Una débil y dolorosa moneda
cambiada por otras y de plata en la penumbra del final
la era cuando aún los susurros, las tinieblas
Vieron frágil,
virgen núbil, con olfato y llagas
porque nacen y mueren: ay
y gozaron tu cristal y sonríen:
nadie escapa a esa ley a pesar de los olvidos y sonrisas.

Los ciruelos cortados y dados a termitas.

¿Qué es más fácil, quebrar una copa de jacintos
o un ligamento de cristal?
Ah, ya sabemos: secreta escudilla de barro, y sonríen.
La prostituta en la piedra sagrada alegra los velos:
El Templo ha reabierto a su comercio.
No es cosa de llenarse de glicinas o enviar
el aroma a domicilio.
Se reparten un vaso de alabastro, y sonríen.
Sientes que la noche y sientes que las huellas
y ya no sientes.
Los mercaderes con palmas:
El tintineo en los bolsillos:
Tan como en el Jardín de las Delicias
rasgados de alto abajo el detalle en lo que importa:
Se comercian un vaso de alabastro.
Así la duda más certera habrá sus compuertas
la noche contenga sus crisálidas
el crepitar sea un recuerdo preciado:
El Templo ha mercadeado su prestigio.

Miles de ciruelos en flor, en filas, esperan por el horno.

Los estandartes del humo sobre El Templo: cuando
el horizonte teñía de rosado
La Guardia Pretoriana le toma por casa de su gozo
aún las sombras no más que dejos de rosado
Se despojan: y un vaso, y de alabastro y de rosado pálido.
Y sonríen, / y perpetuan / y sonríen
Ay momentos para decidir y ay momentos para precisar
y ay momentos cuando la locura apodera y desata
en el jardín de los paqueret y los clarines
constante muecan: hasta los matices travestidos.
Los paqueret son importantes: entre ellos y el muro
se producen espacios sagrados.
No has trocado ni una sombra: ¿Has apurado ya tu vaso?

Miles de ciruelos en flor, en filas, esperan por termitas.

Entonces, por qué le abandonaste?
¿Por qué olvidaste la piedad?
¿Por qué los jeanes y le dejas?
Esos ojos difuntos y con brillo seguirán hablando con las sombras:
Ya no habrá volantines en septiembre
y cuando esparzan la nueva simiente
subirán tristes por el aire del recuerdo:
Como si la Luna y la Loba hubieran olvidado los designios
como si en fila los ciruelos en flor esperando por el hacha.
Inútil, porque los ruidos aún si bien musicados
no cambian el asunto.



En los bastidores
Solo, como buscando una ventana o trizadura
donde el 10 permanezca incierto,
acarreando                   una sombra que pesa y ancla
y royendo                    como el desatino del mercado
y hurgado                    desde lo íntimo del alma
y una carta que salta los abismos
desde los juegos Diana al cerro Santa:
en la explanada segunda no recuerda
tanto una que gustara tanto el manoseo
y tan bella que era, como ángel caído,
donde el tiempo atiborrado y de sorna
donde aún aquello no predicho
como sabiduría antes del soborno
Como Ezra y esos dos al unísono del pájaro
con su pájara dale que dale
en el canto de la noche al alba
aun no mancillada las pruebas
de jefes                        o hermanos en la desgracia
o de amigos                 con las espaldas clavadas
desconocidos|              en perfecto atraque
y una vela o seis rosas calvas y 7 premoniciones
cuando sabemos que la mesa
y el dado                     o del colgado la carta
                                    y la cama que acostumbra
pero no                        sin elección ya posible
ya no existen las costumbres familiares
y el buey                     como becerro de cristal
o un consejo                que reparta las monedas
                                    y la parva de sangre
yacen definitivamente y abiertos en la sombra
sus tripas descubiertas
salpicadas de oro y levadura.



Los éxodos
Por el desierto y pretendido / antiguas miradas familiares
cargadas de ciruelos, como bayonetas y usadas,
hacia el tiempo de la duda
o la espera                   promesas incumplidas
el día que se pierde      / en otro interminable
la noche despliega su olor de /
                                    /(podridos viajes hacia la nada)
cuando ya no más cartas, ni recuerdos
mientras sucesiones de tecnicolor hipnotizado
funcionan hasta que ángeles marcan territorios
de guerra
y aprovechan ajenas y tías solícitas a ver el resplandor
del solitario
segundos antes del colapsar en la trastienda la noche siguiente
a otra muerte cotidiana:
donde las valías permanentes pudieran ser
reafirmos: y no celajan: porque no hay carencias casuales
donde justificar una ternura marchita:
Esos deberes necesarios: ese eterno retorno del inicio de la vida
reblandecidos de miedo pudieran considerar cual destino
superior de irracionales: el gimnasio de celajes en la playa
cuando la noche se hace más oscura: aquello
que si cierto para la familia felina no para una gata
solitaria, promiscua u hogareña
da lo mismo el espejo al que te allegues
aunque haya prometido encarnar tu cuidado y sus garras esmere.
Y desapareces, y aunque la veas, ya no hay tierra
al otro lado del arroyo: su mito permanece; tú te agusanas.



Las rutinas del cantar
¿Dónde estabas sino refocilando y con las noches tapadas
y los jeanes abiertos
que estuviste desde antes la entrada y la locura?

También y vio, las mejores y torpezas
la generación, buscaban no excusas ni dispuestos,
la resaca ingenua y cocinadas, antes del tiempo como
posterior al malestar y los huiros acosados de pulgas altaneras
o el miedo vengativo después del golpe
a los ciruelos
sus ropas blancas, bajo aquella luz, resplandecían
como el crucifijo de la infancia
esa bakelita salvadora y movediza al compás de los miedos
celestes, maravillosamente celestes
o simplemente cortadas para siempre las habladurías del desastre
porque un tren choca con un árbol
y ya no sabe
o la sombra resaltante se posa en la silla predispuesta
con sus bellos esqueletos verde olivo
o un mulo terco navega en volantín
y sus ojos,                   la visión de certidumbre
y sus labios                 el sabor del sacrificio
y su piel                      los de una mulata
o rastro o codicia o frustración
a medida que una        guante o portaligas
a una                           derramados en la dicha
caían                            como atrapes y cerrojos
y la sombra ardía más contraste / y los celestes
huían esparcidos en el tablado del recuerdo
y vergas negras o más bien como vacías
porque la potencia en cuestión / del alma extrayendo
medallas de tanta valentía, / prendas intencionales prendas /
como si las boinas adquirieran derechos de primogenitura
/ y saboreando grados de alta notación
las generalas, aún ellas en sorpresas, forniquen capitanías
promoviendo noches de pura inteligencia
repetidas noches del color del crucifijo
/ interceptando las búsquedas dirigiendo los encuentros /
matinales donde los inicios quedarían truncos
aunque conscriptos cuiden los closets y la llegada del placer
o permean / hacia atardeceres /
ocultando las joyas / los rezos obnubilados, así puedan:
llegar justos en el momento cumbre al comienzo
de los ritos: cayendo una por una
amnistiarlos en sus botas de gala
cocteles que ya nadie olvida ni recuerda
refulgiendo celestemente / atrapando las miradas /
“Sí mi capitán. Mi general informó que no aparece”:
letanías torpes los juramentos caducan los deberes
entre la osadía y la prudencia esas curvas por el aire
pero aun relumbran los huesos esparcidos
aún como refulgiendo los recuerdos
que ni mil años podrán dudar ni contener
porque los ciruelos no florecen
ni apaciguar, ni dar por transformados en cenizas pálidas
ante el ataque de termitas al signamiento de las hojas
al olvido de las prendas
cuando no queda ya nada más por desvestir
o mancillar o dar exterminado o decir nada.

Y entonces tanto que su íntimo
aquél que conoció de los intentos
también propuso abrir sus piernas
que ocurrió poco antes de la angustia
permanente cuando después y catatónico
vio la locura también las destruía:
O: Si tú hubieras existido
la venganza no hubiera
llevado sus palabras:
O: Las dudosas acciones tal vez
las “no hubieran”, y las sonrisas
y los jazmines, en el recuerdo de la infancia.



El ángel caído
Cuando las carnes radioactivas aun
aún desprendían de los huesos espaciados
médulas sin sonidos
cuando ancianas y niños / y mujeres y viejos,
del color del azafrán
rescatan, en estroncio, y leucemia, / y cenizas / su cobalto,
la enajenación de los líderes:
el paraíso de la memoria en añicos
nombrando lo que existe sólo en la caverna de los sueños
al paso del samurai divino,
cuando el nuevo ángel rubio y demócrata
lleno de argucias en la prueba como si jugara en la bolsa
sepultó, demostraciones medulares,
en llamas las camisas / evaporando las bragas
de acero el viraje hacia el oriente radioactivo
graciosamente enunciando su atracción por Roma
en su momento de triunfo y decadencia.

1/2 millón de evaporados y 2 silencios:
y ya no más sostenes o kimonos

cuando las hilachas catatónicas aún
aun descuelgan de los huesos implorando el agua
esa agua que más tarde
bajo forma llegaría / de coca cola llegaría
y sed renovada y crisantemos para un mercado de anime
sediento del olvido. Y tú que lees, si escribieras: no te
cuides, mira que si lo haces podrías amanecer con sombras
y vacíos.



El ángel chamuscado: su tiempo
¿Entonces podrías sabido haber
que el tiempo fue marcado por el hongo
con nadie en medio de esa nube salvo el hombre
o más bien uno como hombre
si recién Macchu Picchu
gotea
en tinta
de cumbres y palabras
recién hunde el signo en busca de no sé qué
y encuentra el frío y el viento y la sombra
y el trueno y la lluvia
y asoma la nueva comprensión ya casi
centenaria de ese como hombre y se apaga;
si la cruz retorcida, ya no hiede y suicidado
en el consejo, desdibuja su zuástica, por los siglos de los siglos?
Si el lugar del caldero y la tortura vengativa
existieran del lado del túnel de las luces y las
sombras: Allí estás volándote los sesos
una y otra vez en cada segundo
hasta la consumación de los horrores.
Y aunque no exista, ni siquiera en algo como aquí:
Ni olvido, ni perdón. Y fueron perseguidos.
En algo como allá: olvidados poco a poco
porque el horror diluye la consciencia.

Cómo podrías haber sabido quel Caudillo sopesaba
sangre y de poetas sopesaba:
“Estos huesos brillando en la noche,
estas palabras como piedras preciosas
en la garganta viva de un pájaro petrificado,
este verde muy amado,
este lila caliente,
este corazón sólo misterioso”[1] sopesaba?
pero sus manos no tiemblan al forzar la vida
según él mismo declara, a la hora de los postres?
La hora de los postres.
Todo es sonrisas a la hora de los postres.
Nos sentimos tan bien a la hora de los postres:
cuando brillan los huesos, y hay piedras como palabras
y las gargantas se hacen pájaros:

Ustedes, ustedes organizados, como mushrooms organizados,
ustedes del apoyo desde la telaraña, y en su oro,
ustedes: disciplinas como carne de cañón,
ustedes que saben eliminar, como sabandijas,
¿por qué no lo hacen? sanguinarios creyentes,
no podemos, milenaristas mesiánicos, ni sabemos
¿qué esperan? cobardillos en la hora de la prueba,
y estas frutillas tan pero tan muy visiones de la dicha
las recogimos nosotros mismos
¿por qué no lo eliminan? como sabandija,
aquí en el norte del silencio los ingleses un destino
nadie vigila, y todos pagan
pick & pay que le dicen
ustedes los culpables, como nuestro rescate.

En la infancia
junto a la estética de azucenas sensitivas y lirios visionarios
cuida su Madre y Patria
Caudillo y Pastor del Cordero Degollado y
así católico y conservante desde
el día del bautismo, como el general
más joven que traicione.
Ah, los Cardenales sensitivos.
Ah, los hombres de rojo y de morado.
Ah, los pastores de brisas.

Oh traidor, ya sospechas tu viraje
informan en llegandas de hermanas
o el departamento de colonias
que se mueven y al oeste
y en la casa no eres más que loro
y armado de garras y de pico, y radical,
cacatúa vieja y amiguista,
pero entonces habrías de saber que la patria
o esas palabras aladas también sería persiguiente?
¿Habrías de saber el tiempo de paz mediocre
que ante rima
las gloriosas guerras que travestis proclaman
honorables?

Con 35 años de adelanto
bajo el signo de la máquina de teclas?
Cuando la computadora
atraviesa en sordina por su tiempo de crisálida.
En el siglo de los escarmientos en masa
y su contabilidad por medios electrónicos
cuando Lucila confirma el
descenso a las alturas y la tierra
no se da, ni de aludida, por su falta de sangre
o anuencia a jerarquías como dijo el Presidente:
es que esa mujer no quiere a su tierra para nada.

Si tú hubieras existido la torpeza
no se hubiera llevado las palabras.



El ángel de la pata coja

En el marco de cúpula irreal de resolana
y mar despedazado y en gotas
rumbo
a más definitivos contratiempos
inmóvil
mientras su sueño cruza
sus letras en la niebla murieron
sepultadas en un tiempo demorado.

Oh, lúcida, conciencia
si trataras de ordenar lo que obscurece
mentirías:
no hay orden                       en lo casual de la amargura
no hay intento                     como si pidiendo el martirio
ni concierto                         en el desatino de la sangre.
                                           Nada responde de nada.
El orden es ficción de nuestra mente.
El orden es tributo de conciencia y reposo y duda.
Solo el tiempo y el espacio son ajenos y se ríen.

Tu anuencia es reo del desorden
provoca donde su ineludible conocer
donde desastres                   en que fuimos sumergidos,
lo cotidiano                         ya no los lirios ni las rosas
según la perspectiva            donde las fresias se ordenan
y adoptemos                        la sombra de plátanos orientales.

Por eso el Centro en secreto aplaude los terrores.

Y a qué rezar.                      ¿alguien escucha?
¿Quién devolverá los millones y millones?
La emoción de este poco y lúcido pensamiento
ha causado tal cefalea de agrado
que vuelve lo inmediato, para escapar ese destino.

¿Y a quién le importa si fueron inocentes,
o no,
los degollados?
¿Si aquí nunca pasa nada!
¿Quién condena?
¿Dónde están los puños en alto?



El ángel cansado
Llegando a la ciudad sabia 30 años después
de la costumbre te recuerda en la misa
o pasión de esa calma aparente en
los muros de esas notas con tus tres cortesías

pezones sabios,                                   contribuciones
y rubias menudencias,                        llamados
o también boldos extranjeros              en el desquicio
y serán duras calmas tercas                 o sucios tornados
brillantes que no puede retener, ni recuperar
porque eres ajena y cansancio.

Sabe cuadernos donde acumulándose
notas con leones domesticados
alcanzados por la venganza
y desaparecieron para siempre:
turistas perdidos que preguntan
la dirección de tu pelo o el rito del oporto
que de un jerez a otro jerez lo casa y lo divorcia:

o la escalera del príncipe holgado
en choque a la carrera en la Escuela Campana
o la despedida que organizas
para huirte, para rodar, para retener
ese olor entre tus piernas como postales
usadas en el casillero o como nieve en las conferencias
del Simón Bolívar Profesor y su sobrino de miedo.

Cuando el sentido no esparce
o viene el recuerdo de acetato enceguecido
de correspondencias que se queman o imágenes autónomas
y luces,                  que más adelante en la plataforma
ruidos,                   en el ambiente de cristales
olores,                   como de mirra, como de cielo,
y la mano escarba palabras
que quisiera, o tal vez pavos reales,
pértigas,                como para impulsar la vida o
río,                        para que nada sea igual
donde los inexistentes rieles, el barco recién
provocado, en setos geométricos desleales
o conversaciones intencionalmente eróticas
en la memoria,                    donde puedas desaparecer
en el puente,                        ancho y ajeno
y en el humo ácido.             a cenizas esparcidas.

Tus urgencias, esas explicaciones de facilidades luteranas
y el futuro hacia el cuarto donde ni tú ni él
para nunca o el pasto rodeado de servicios y floridos
con tus manos aladas, ropas que caen, espejos
que cayeron, palabras que caerán:

Ya no es quien hubo, ni conversa con fotos
o palabras, ni a la mesa va, ni entiende lo que dicen
porque ve bicicletas en cuartos que vienen
recuperaciones sin ningún objetivo, paralelos
al take away en china, donde ocurre esa misa o pasión
en mayor con rayos rondando por gimnasios,
y campanillas o sobornos, y senos italianos,
hospitales,                   donde lo sano confundir
boleros,                       como el recurso a la bohemia
atados a parrillas,         y el rock del 50
donde la belga, en sillines de arduos para su
ingreso al cielo a la capa mexicana perdida para
donde o mande y diga y sardinas y bell campana en
inglés de escuela donde él lo sabrá y tú dices.

Cuando el sudor perpetrado en ruedas, sonidos,
sostenes de crema, cuadros que expondrán
en la mesa de regreso: Persisten
volviendo a ese mismo cuarto, a esas mismas
palabras, a tu olor rubio de sexo inacabante,
a esas notas que hubo recordado cuando tú,
todo lo demás, olvidó para entonces, a donde
no pudieron llegar, ni tú querías, pues, si fuera
cierto que hay un país extenso en el cielo,
de algún modo tú encontraste su lenguaje.

Y sigue desterrando en la memoria,
de 10 en 10 años, los libros cerrados,
destruidos o perdidos, tus piernas en actitud
de enlace, porque el desastrado inglés que fue
vuestro común sólo comprendía tus medias,
tus muslos, tu suéter, tu cadena, pero no ya
tu piel, tus cartas, tu cuarto, pero no el tiempo,
no tu llegada, ni regresaste, ni supiste,
o las palabras que pretendieron, pero tu centro
ya era extraño.

Solo encontró sexo, ese cuadro de intento,
con desosiego permanente, sin libros, ni espejos,
o cartas, pero sí tal vez y caminando.

Ya no importa
ya no importa nada
ni hoy ni mañana
pero tal vez en 700
aprenderán
y será distinto.

Sí, ya no importa, ni la catástrofe del once
/ni la Alejandra desaparecida
ni la catástrofe del no
/ni aquellos idos antes de dar preguntas
ni la catástrofe de la Constitución
/ni los mil y tantos vividos bajo el manto del cordero
ni la catástrofe del general asesino en la cárcel
/ni los asesinatos del ángel rubio y travestido
ni ninguna de todas esas pequeñas catástrofes
innumerables
y esparcidas según los opuestos
porque tú no estás
ni llegarás nunca,

Tú, el mayor cansancio
porque, oh exiliado, huyente, repetirás
tus partidas en cada una de las llegadas
porque el exilio es un viaje permanente
a ninguna parte
y el tuyo es como grito roto
o espejo de olor a sexo
a take away fortuito
a mariguana de hambre
pero tal vez y un día
si aprendieras ese idioma
que tú aprendiste
o hasta nunca,
o en 700.

Tal vez.
Quién sabe? En 700?
(Así no será ni aunque lo escribas)
Pero vendrán tiempos mejores.



El ángel Epílogo
Si en 700 / el oculto aún con fuerzas
y para nada cansado
ni siente la falta de astucia en los opuestos
y no le parece que el piso aserruchen como
termitas purpuradas masticando el poder
y la riqueza y el sexo
y ya no más / máquinas de torturación masiva
engaño del origen
y un mercado desaparecido
entonces allí justo:
capaz que sea sugerido:
no los signos dan para tanto elástico?



[1] Texto de la Alejandra 
 
 
  





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